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domingo, 23 de marzo de 2014

Interpretatione simulacrorum: La hoja en el Camino.

Escrito por Diego Díaz Ch.

Caminaba yo por alguna calle. Caminaba yo por algún pueblo. Me percato de que no se encuentra ningún carro, ninguna persona, ningún animal a la vista. Lo único que observo son dos hogares los cuales parecen estar desocupadas y en desolación, melancólicos se veían aquellos. Las otras dos cosas que se podían observar era aquel producto blanco que cayó del cielo las noches anteriores, se encontraba amontonado a un lado de la misma calle. También se podían observar árboles, pero parecían árboles diferentes. Se veían tristes. Sin hojas. Sin color. Sin vida.

El día por si solo arrastraba un sentido de tristeza, no por la oscuridad, no por la lluvia que había caído horas anteriores. Sino por el sentimiento que había afuera en las calles. Era un sentimiento el cual se impregnaba en uno sin consentimiento. Se envolvía completamente como si uno propiamente lo hubiera creado en su infinito interior.


Después de observar con detenimiento esta calle, dejé de avanzar y me senté a un lado junto con la nieve la cual era, tal vez, mi única acompañante. Me senté para ver que iniciaba esa atmósfera no positiva creada en los alrededores de aquel pueblo, y particularmente en aquella calle donde yo me encontraba. 

Mientras analizaba qué o quién era el que creaba este sentimiento feo que -pensaba yo- provenía de algún exterior, me di cuenta que no provenía de ahí exactamente, sino de mí en particular. Era algo que tal vez solo yo sentía. Porque por un momento me sentí totalmente solo en el mundo, como si la vida humana se hubiera extinguido del espacio y yo hubiera sido el único individuo empírico. Fue ahí donde pensé en la necesidad por la interacción, la comunicación, el contacto físico, cognitivo, visual y espacial de otro individuo. Pero tristemente no existía nada más con lo cual yo pudiera interactuar en ese horrendo espacio de vida individual, simplemente estaba la nieve, pero era demasiada. Había árboles, los cuales también eran muchos, y todos se veían –como dije- muertos. No aceptaba el hecho de que tal vez estaba totalmente solo, desolado, olvidado en un camino frío, resbaloso y mojado.

Cuando decidí seguir, rindiéndome de aquella búsqueda por algo- no sabiendo qué exactamente- lo observé, aquello por lo que anhelaba. Era una mancha en el lugar. Pequeña. No se distinguía lo que era por la distancia que nos separaba. Decidí ir hacia donde el misterioso color estaba ubicado. Cuando le alcancé me di cuenta que no era una mancha, sino una hoja. Una que había sido parte de algún árbol de la calle, o tal vez del pueblo, inclusive pudo haber sido de otro lugar completamente diferente. Pudo haber caído hace segundos, horas, días. No sabía cuál era su procedencia, lo único que sabía con seguridad era que ahora se encontraba descansando sobre la nieve, frente a mis pies, había sobrevivido viento, nieve y lluvia. Era la única mancha que se veía en el lugar. Era única. Marcaba el cambio entre la soledad personal y la interacción entre ella y yo.

Este es un homenaje a la hoja que se encontraba en medio del camino. La hoja que marcaba el cambio entre la monotonía blanca y la mancha negra. La hoja que marcaba el límite entre la vida de un lugar y la muerte del mismo.

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