Escrito por Diego Díaz Ch.
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El día por si solo arrastraba un sentido de tristeza,
no por la oscuridad, no por la lluvia que había caído horas anteriores. Sino
por el sentimiento que había afuera en las calles. Era un sentimiento el cual
se impregnaba en uno sin consentimiento. Se envolvía completamente como si uno
propiamente lo hubiera creado en su infinito interior.
Después de observar con detenimiento esta calle,
dejé de avanzar y me senté a un lado junto con la nieve la cual era, tal vez,
mi única acompañante. Me senté para ver que iniciaba esa atmósfera no positiva creada
en los alrededores de aquel pueblo, y particularmente en aquella calle donde yo
me encontraba.
Mientras analizaba qué o quién era el que creaba
este sentimiento feo que -pensaba yo- provenía de algún exterior, me di cuenta
que no provenía de ahí exactamente, sino de mí en particular. Era algo que tal
vez solo yo sentía. Porque por un momento me sentí totalmente solo en el mundo,
como si la vida humana se hubiera extinguido del espacio y yo hubiera sido el
único individuo empírico. Fue ahí donde pensé en la necesidad por la
interacción, la comunicación, el contacto físico, cognitivo, visual y espacial
de otro individuo. Pero tristemente no existía nada más con lo cual yo pudiera interactuar
en ese horrendo espacio de vida individual, simplemente estaba la nieve, pero
era demasiada. Había árboles, los cuales también eran muchos, y todos se veían –como
dije- muertos. No aceptaba el hecho de que tal vez estaba totalmente solo, desolado,
olvidado en un camino frío, resbaloso y mojado.
Cuando decidí seguir, rindiéndome de aquella
búsqueda por algo- no sabiendo qué exactamente- lo observé, aquello por lo que
anhelaba. Era una mancha en el lugar. Pequeña. No se distinguía lo que era por
la distancia que nos separaba. Decidí ir hacia donde el misterioso color estaba
ubicado. Cuando le alcancé me di cuenta que no era una mancha, sino una hoja.
Una que había sido parte de algún árbol de la calle, o tal vez del pueblo,
inclusive pudo haber sido de otro lugar completamente diferente. Pudo haber
caído hace segundos, horas, días. No sabía cuál era su procedencia, lo único
que sabía con seguridad era que ahora se encontraba descansando sobre la nieve,
frente a mis pies, había sobrevivido viento, nieve y lluvia. Era la única
mancha que se veía en el lugar. Era única. Marcaba el cambio entre la soledad
personal y la interacción entre ella y yo.
Este es un homenaje a la hoja que se encontraba
en medio del camino. La hoja que marcaba el cambio entre la monotonía blanca y
la mancha negra. La hoja que marcaba el
límite entre la vida de un lugar y la muerte del mismo.
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