Escrito por David A. D.
1.. 2…. 3….. 4…….. 5 días
iguales, en el mejor de los casos los dos días restantes serán de “descanso”,
para hacer lo que se quiera hacer. Sin embargo, el “descanso” tiende a ser
igual cada semana. Y así 1… 2….. 3……. 4 semanas iguales al mes. Pero resulta
que el “descanso” cuesta dinero y la mayoría de las personas adquiere ese
dinero de un patrón (o del patrón de sus padres) que les paga cierta cifra en
una fecha específica cada mes a cambio de su trabajo. Y así 1.. 2… 3…. 4…..
5……. 6……. 7…….. 8……… 9……….. 10……….. 11…………. 12 meses iguales al año. Pero por
supuesto, nadie puede estar de acuerdo en vivir todo el año repitiendo
exactamente lo mismo siempre, entonces idearon la solución y le llamaron
¡Vacaciones! (El periodo de “descanso” a escala anual) Y así 1.. 2… 3…. 4…..
5……. 6……. 7…….. 8……… 9……….. 10……….. etc………… de años iguales en la vida.
Enfrentándose entonces a la realidad de que nadie aceptaría, en su uso completo
de razón, una vida condenada a la absurda repetición, le dieron al “descanso”
un motivo irracional, que despertara los sentidos. La fiesta, el baile, la
misa, el chisme, el fútbol y por último, no por eso menos importante, las
bebidas alcohólicas. Estas son las herramientas que todos utilizamos para recargar
baterías y volver, un poco desahogados, a la constante e infinita rutina.
No por lo anterior se pretende desvalorizar las herramientas citadas y mucho menos a las bebidas
alcohólicas. La cerveza, el guaro, el vino o el que se prefiera y la cultura
que los rodea son el pilar central de rituales sociales antiquísimos de un
valor inmenso. Solo transportémonos a una calle de la capital rodeada de bares
a la media noche; ambientes diversos, personas diversas, clases sociales
diversas, mujeres, hombres, rituales de atracción sexual necesarios para un
posterior apareamiento, luces, sombras, la muchacha más hermosa bailando, un
muchacho solo en la pista de baile caminando de lado con el ritmo de la música,
un concierto para camisas negras, el sudor, las palabras, los cuerpos
desconocidos, las caras desconocidas, las miradas, un automóvil a pocos
centímetros de chocar con tu cuerpo seguido de un pito y algunos insultos, el
olor a humo de tabaco y otras hierbas secas, la incertidumbre de no saber en
dónde se estará dentro de dos horas, los sentimientos de insignificancia y de compañía
mezclados al verse inmerso en el pandemónium social, la botella fría al mejor
estilo de un anuncio de la cervecería en la mano poco a poco acercándose a los
labios deseosos. No, esto no es el problema.
El problema es que permitimos que
los rituales con valor social, emocional y sensorial se redujeran a
su mínima expresión. Agotados por la rutina se refugian en un día a la semana (o
a lo mejor dos), reprimidos por el prejuicio moral los llevamos a limitarse
solo a ciertos lugares de la ciudad y a ocultarse en la oscuridad de la noche.
Mientras que durante el 1.. 2…. 3…. de la rutina diaria reprimimos estos
rituales para llevarlos a un nivel socialmente aceptable y aguardamos
impacientes nuevamente el ritual que bajo el consenso de todos permitimos que
se volviera también rutina, enmarcada y controlada.
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