Por Andrés J. C.
Y ahí estaba yo, sentado y pensativo preguntando cuánta cosa se
imagina uno en un espacio no tan cotidiano, trataba de buscar las huellas que
me llevaron hasta allí. Mis latidos se agitaban tranquilamente. La certeza de
saber que todo se va a resolver es lo que me tiene en una vigilia constante,
por lo menos eso es lo que creo, o lo que quiero creer.
Estando ahí, en ese adentro, sabía que
existía un afuera cargado de una realidad que sentí y que viví en algún tiempo,
pero que ahora siento como si se me estuviera negando. Quiero salir, basta ya,
no quiero estar más acá, me voy bajo mi propia responsabilidad, o ese es mi
pretexto, quiero creer que tengo responsabilidad.
Veo cada tanto una puerta de vidrio que se
vuelve cotidiana, paso frente a ella de manera mecánica para poder ir así a
aquél lugar de luces en formatos negativos. Miro ese afuera y deseo estar ahí,
escapar, pero no puedo, no sé por qué, sencillamente estoy consciente de que no
puedo salir. Esto pasa una y otra vez, nada más quiero salir, largarme, ver ese
pasado como algo que fue y punto. Pero no, me tengo que quedar aquí, todavía
hay cosas que no están claras, así se decía.
Muchas miradas vi en ese camino, todas me hicieron diferente, en
todas me descubrí. Nada como ver a una persona a los ojos y ser una con ella.
¡Cuánta belleza guarda este acto! Muchos no los volveré a ver, otros tal vez
sí.
Pasa el tiempo, ahora camino en sus
afueras y recuerdo con nostalgia y valor el haber estado ahí. Siento como si no
hubiese existido, o como si ese momento me hubiese marcado toda la vida.
Mientras tanto, mis latidos siguen su rumbo, y aquél momentáneo camino se conectó
con las formas sencillas, pero complejas, de la naturaleza. Ya no hay paso atrás.
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