Por Andrés J. C.
Son las ocho de la
mañana de un día cualquiera, de un año olvidado en el recuerdo de Juan, hombre
de mediana edad, voz grave y gestos amables. Él carga con una tristeza en sus
ojos que nubla su presente. Sin duda alguna, un ser humano, como todos los
millones de seres humanos que habitamos este pequeño planeta en medio de un vasto Universo.
Juan habita un barrio urbano marginal (como le llaman esas personas que dicen entender la realidad) al Sur de la ciudad, a poco metros, en su diario caminar, vislumbra
pequeñas “nuevas cárceles urbanas”, de donde salen personas en lujosos carros
hacia destinos predispuestos, ventanas cerradas y el audio del radio del carro a todo volumen, entonando la voz del noticiero que le dice como es la realidad.
Por su parte, Juan espera el autobús, con poco dinero en su bolsillo, frustraciones y confusiones en su mente, y cargando uno que otro sueño que se mira más lejano que cercano. Espera que un día las cosas sean diferentes, que él no tenga que trabajar más de ocho horas diarias para poder mantener a su familia, la cual, por deseo de algún espíritu maligno se encuentra sumida en eso que han llamado pobreza. Quiere tener tiempo para hacer otras cosas, ya ni puede disfrutar lo que se le cruza en el camino en el día a día porque sencillamente no tiene ganas, está siempre con un constante cansancio.
- ¡Qué montón de cosas hemos inventado sólo para fastidiarnos! decía Juan en su mente.
- Todo esto es una gran farsa, trabajamos para vivir, esto no tiene porque ser así, me estoy perdiendo de muchas cosas. Nos tienen hipnotizados para seguir y seguir, y no rebelarnos.
Por su parte, Juan espera el autobús, con poco dinero en su bolsillo, frustraciones y confusiones en su mente, y cargando uno que otro sueño que se mira más lejano que cercano. Espera que un día las cosas sean diferentes, que él no tenga que trabajar más de ocho horas diarias para poder mantener a su familia, la cual, por deseo de algún espíritu maligno se encuentra sumida en eso que han llamado pobreza. Quiere tener tiempo para hacer otras cosas, ya ni puede disfrutar lo que se le cruza en el camino en el día a día porque sencillamente no tiene ganas, está siempre con un constante cansancio.
- ¡Qué montón de cosas hemos inventado sólo para fastidiarnos! decía Juan en su mente.
- Todo esto es una gran farsa, trabajamos para vivir, esto no tiene porque ser así, me estoy perdiendo de muchas cosas. Nos tienen hipnotizados para seguir y seguir, y no rebelarnos.
Sus realidades se
hacen cada vez más pesadas, estas se vuelven cada vez más insoportables en su
cabeza; siente resignación y frustración de ver como algunos se llenan de
banalidades mientras él y su familia luchan por medios de subsistencia, mientras tanto, luchan por dibujar una sonrisa en medio del caos.
Juan no sabe qué hacer con estas realidades; quiere gritarle al mundo; quiere salir a las calles a insultar sin desprecio a los políticos; quiere reclamar a la vida por este infortunio; pero al fin de cuentas, su mayor deseo es librarse de las cadenas del trabajo casi que forzoso y empezar a vivir. Juan no quiere ver más desigualdades económicas en la sociedad pero sabe que eso no es posible, que el dios del sistema no lo va a dejar, que al fin y al cabo todos estamos acostumbrados y nos gustan las desigualdades.
Cuando pensaba esto una lágrima corrió por su mejilla, no quería aceptar toda la realidad y lo que había pensado. Mientras tanto, en el asiento del frente del bus, una niña lo miraba fijamente, Juan la miró y ella le sonrió, él sólo pudo darle una sonrisa de vuelta.
La esperanza volvió a su ser, todo esto a pesar de que los políticos quieran acaparar esta belleza, a él no le importa, quiere seguir adelante y va a arrebatarles eso que le quitan al pueblo para hacerlo slogan de campaña, para hacerlo portada de la compra de votos, para ganar popularidad y quitar los únicos retazos que le quedan al pueblo para seguir adelante sin ellos...
Juan no sabe qué hacer con estas realidades; quiere gritarle al mundo; quiere salir a las calles a insultar sin desprecio a los políticos; quiere reclamar a la vida por este infortunio; pero al fin de cuentas, su mayor deseo es librarse de las cadenas del trabajo casi que forzoso y empezar a vivir. Juan no quiere ver más desigualdades económicas en la sociedad pero sabe que eso no es posible, que el dios del sistema no lo va a dejar, que al fin y al cabo todos estamos acostumbrados y nos gustan las desigualdades.
Cuando pensaba esto una lágrima corrió por su mejilla, no quería aceptar toda la realidad y lo que había pensado. Mientras tanto, en el asiento del frente del bus, una niña lo miraba fijamente, Juan la miró y ella le sonrió, él sólo pudo darle una sonrisa de vuelta.
La esperanza volvió a su ser, todo esto a pesar de que los políticos quieran acaparar esta belleza, a él no le importa, quiere seguir adelante y va a arrebatarles eso que le quitan al pueblo para hacerlo slogan de campaña, para hacerlo portada de la compra de votos, para ganar popularidad y quitar los únicos retazos que le quedan al pueblo para seguir adelante sin ellos...
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