Si dijera que estas letras
no se tiñen de azul, simplemente no diría.
Un agosto pálido, nostálgico e
inesperado, apenas nacía, de la matriz más nefasta y mediática, de la
inmediatez de la información. Y es cuando me doy cuenta que guardó sus cosas y
miró el reloj. ¿Cómo es que estas cosas pasan? Pues sí, ha quedado ahí,
fulminado por los quehaceres del bohemio, sin pena, pero con mucha gloria. Ahí
no más permanece y está; abandonado en la pared azul.
En el prólogo de su andar
era común ver a lo lejos un punto rojo tras las tablas del redondel, punto que
quemaba el cielo. Con ese mismo rojo, prendió un cigarro y sin comprender, en
donde estaba ni cómo llegó, volvió a mirar la cara del reloj.
Como si adivinase el
porvenir. Como si en sueños hubiera descifrado aquella eterna y azul nostalgia
de su mirada.
Quitó despacio el frío
pasador, que lo apartaba del pasillo gris, contó los pasos hasta el ascensor y
es ahí cuando responde a la eterna incertidumbre del ir y no volver. No toda,
pero sí hay luz, y no tan vaga como fue. En ese instante, cuando el semáforo le dio la
luz, cambió de esquina y abordó sin ver.
Parece que el viaje fue emprendido y no hay vuelta atrás. Suspiros que parecen nunca acabar es lo que
queda de este lado, y del otro, solo queda bruma -que no deja ver- blanca. Pero al fin, Blanca ha hecho su trabajo. Muchos dicen que ahí estaba, viajando por
la eternidad del cuerpo. Blanca, eres tan cruel.
Aún más adelante en el
viaje, con los paisajes y la luz más clara que antes… pisos arriba tras el
ventanal, con una mirada sabe que acabó la historia vaga de alguien que
partió. Por la prisa y el apuro, dejó abierto aquel frío pasador, asignando de
forma anticipada la responsabilidad de recorrer el pasillo gris.
Pues esto no es más que la
historia triste de alguien que se fue, un ídolo que dejó algún cigarro sin
fumar. Como si no bastase; lanzó en mi corredor un periódico sin comprender,
marcó el camino y me dijo: cierra bien la puerta.
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