Salimos una mañana. Nos falta algo. Nos preocupamos sin saberlo. Nos sentimos a la deriva. Buscamos una salida. La brisa corre por nuestros cuerpos, la profundidad de la vida nos alcanza a cada instante de la forma menos esperada. Lloramos. Reímos. Conversamos. Caminamos. Miramos. Pero al final basta recordar un espacio breve de la vida, que nos da la profundidad del existir.

La minoría privilegiada no podrá nunca eliminar nuestra esencia, llegará el momento en que las cosas se revertirán, y será la comunidad y no la individualidad el eje de nuestras sociedades. Solo falta que recordemos nuestras esencias, un sentimiento que no muere, aún.
Para qué estado, para qué iglesia, para qué trabajos para los que vivir, si todo eso nos aleja de las gentes, si eso nos permite diferenciarnos. Todo esto pertenece a un andamiaje de ilusiones pasajeras, y ¡la vida es tan corta! para que todos esos inventos sociales nos definan y nos lleven a producir dolor en nosotros mismos y en los demás.
¿Qué pasaría si mañana todo eso se derrumba? ¿Lo volveríamos a erigir? ¿Volveríamos a reproducir las mismas cosas pero con distintos rostros? ¿Volveríamos a caer en la misma vorágine en la que nos encontramos ahora? ¿Nos volveremos a separar? ¿Nos volveremos...?
A pesar de todo, tal vez, sólo baste una sonrisa, una mirada, una palabra... para que todo se transforme.
Foto: Andrés Jiménez C. En algún lugar de Centroamérica.
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