Escrita por: Andrés Jiménez C.
La noche cubría mi cabeza. Era una noche de noviembre, como cualquier otra noche donde la rutina nos acompaña en nuestras sendas cotidianas. Hacía un poco de frío. No me esperaba nada de lo que iba a pasar, ¡que va a estar esperándose uno este tipo de cosas!
Iban a ser las dos de la mañana, no, no... las cuatro... ¡Mierda, que importa la hora! Era ese dolor lo único que podía abarcar mi atención en ese momento, atención que se buscaba transformar en alivio para el cuerpo, la mente, el alma... para poder llegar de nuevo a ese estado de tranquilidad, que es más divino de lo que aparenta.
Aquella entrada estaba cubierta por un muro de personas que se agalopaban para poder obtener un campo y poder ser atendidos en medio del frío, del dolor, del sudor, de los pensamientos y quizás... del sueño. Mi nuevo panóptico iba a ser una silla de ruedas, esas que nos alivian el caminar para concentrar las energías en busca de una salida a esa pequeña oscuridad que se dibujaba a nuestro alrededor.
Intentaba pensar en la Novena Sinfonía de Beethoven, en la canción de Topoyiyo, o ¿A dónde van? de Silvio Rodriguez, o la canción que fuera, lo único que buscaba era detener mi atención en otros pasajes, pero solo venía a mi mente el sonido del dolor. No, no, esa no es una buena estrategia, pensemos mejor en algún cuento. Qué tal La salud de los enfermos de Cortázar, al fin al cabo habla de una situación de enfermedad, pero ese acontecimiento no era en un hospital, era en la 'calidez' de un hogar. Tampoco funcionó, a mi mente solo venían las letras pintadas en la bolsa de aquel suero que se colaba por mis venas: dosis de 1 hora. Esa bolsa colgaba de un gancho, era aquella bolsa transparente que mantenía vivas mis esperanzas.
De repente sentí nuevamente el frío de una aguja entrar por mi brazo derecho, de donde salía esa sustancia roja incesantemente, como queriendo competir con el río Térraba en su caudal. ¡Ya puede abrir el puño! exclamó una voz femenina. Luego lo invitaban a esperar unas cuantas horas para revisar una serie de números que se parecen más a una codificación informática que otra cosa.
El tiempo ¿qué es eso?; los problemas ¿qué significan?; las preocupaciones ¿no entiendo a qué se refiere?; el estrés ¿eso existía?... la vida... eso si que lo siento. Las caras pasaban a mi alrededor como cuando uno entra a un chivo y el lugar está a punto del colapso. Cuesta distinguir las caras en medio del juego de colores, pero siempre al final del día uno tiene más de un nuevo conocido o conocida, que a lo mejor vuelva a ver en alguna senda cotidiana, o quizás solo nos acompañaron en aquel preciso momento.
Los pasillos cada vez se me hacían más familiares. El dolor se escuchaba por todo lado. Pero ¿Por qué no sonreir? Sí, eso es lo que voy a hacer, tal vez con una sonrisa logre aliviar o distraer un poco ese dolor de las personas. ¡Ah! también voy a tratar de hablarles amablemente, que mejor que intentar alivianarnos un poco el viaje, al fin y al cabo somos todos seres humanos, miembros de una especie perdida en un extremo de eso que han osado llamar Vía Láctea.
Las horas pasaban como agua por un tubo, no me importaba. Estaba yo nuevamente sentado en esa silla de ruedas viendo la vida pasar, viendo a la gente pasar, viendo las luces encenderse y apagarse. Pero aquellas sonrisas y palabras si que han funcionado un poco, por lo menos por unos segundos, todo es ganancia.
Este sueño que ya no aguanto, siento que la locura está entrando en mi ser si no logro conciliar el sueño por lo menos por una o dos horas, los sonidos son más intensos, las ideas se pusieron en plena maratón. Como arte de magia apareció aquella camilla, parecía como recién construida, parecía la mejor cama del mundo. Estaba posicionada en medio de un pasillo transitado, pero que mejor que dormir mientras el mundo cuida nuestro soñar. Y sí, sucedió lo esperado, con solo poner la cabeza sobre aquel confortable colchón, el sueño inmediatamente entró a jugar, ese sueño reparador e instantáneo.
Empecé a escuchar de inmediato un sonido intenso, no sabía de dónde provenía, pero cada vez parecía que se acercaba a mis oídos, no logro entender ¿De dónde viene? ¿Qué significa? ¿Qué me está indicando?... De repente me desperté, eran las 7 am de un día cualquiera, de un año olvidado en la historia humana. Estaba yo postrado en la cama de mi cuarto viendo el Sol reflejarse en las plantas del jardín del vecino. ¿Fue aquello un sueño? ¡Eso que importa! Lo que importa es la vida, lo cotidiano, las amistades, lo que tenemos, lo que somos, lo que podemos compartir con los demás, lo que nos gusta, los sueños, las realidades que vivimos...la existencia que nos rodea.... y todo aquello que no fue mencionado acá pero que es.
Andrés, todo quebranto de nuestra salud, nos recuerda nuestra vulnerabilidad. Luiger
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