Había un arbusto en el camino que en ocho de sus
hojas tenía escrito lo siguiente:
1
Un día enterré mi cabeza bajo la tierra para
gritar tan fuerte que las flores crecieran con mi odio y para que mi cerebro,
al igual que las semillas, se nutriera con el amor del barro.
2
La creatividad es como una droga. Es en ese
punto límite, en el que el riesgo de perderse a sí mismo es tan real, en el que
se alcanza lo mejor. ¡Pero cuidado! Perderse conlleva circular por sendas
oscuras.
3
La paz es una ilusión. La crisis está,
permanente e insistente. ¡Tanto quisiera que podamos vivir la crisis con el
mismo deseo que la paz!
4
Cuando se cree que se vive en paz es porque no
somos capaces de ver lo suficientemente lejos ni profundamente hacia adentro.
5
El llanto no es más que el grito desesperado
por la compañía, ayuda o comprensión por parte del otro. El bebé lo sabe, al
madurar se hace lo posible por olvidarlo.
6
El más sublime sudor es el que se santifica
por el sexo.
7
El acto sexual es en todas sus expresiones el punto cúspide de la creencia que consiste en sentirse parte del otro. Dicha creencia es casi la mayor ilusión de todas. La más grande ilusión es uno mismo.
8
Cuando saqué mi cabeza de la tierra no volví a
pensar ni sentir, solo soy. Y soy con todas las cosas. Ya la paz no es paz ni
la crisis crisis. Soy todos y todas sin dejar de ser yo.
El punto 5 lo cambió, ¿verdad?
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