Escrito por: David A. Díaz
Era una mañana soleada, David se
dirigía a la parada del bus más cercana a su casa y no sospechaba la terrible
sorpresa que le esperaba.
Una semana antes de este crucial
día, en la parada del bus había logrado observar, saliendo de entre el rígido
concreto y acompañada por una fría columna de acero, a una viva y cálida flor
amarilla. No parecía estar incomoda por el lugar poco amigable en que había
nacido. Vivió, como era de esperar, sola y aferrada al pedazo de tierra que era
su hogar. De seguro fue flor de pocos amigos y posiblemente también pocos la
notaron. David no se atrevió a conocerla, no le dirigió la palabra, simplemente
la observo e indiferente tomo el bus y fue a cumplir su rutina.
Esa mañana cuando dirigió la mirada
a la inmóvil esquina ya no estaba la diminuta mancha de color. La sorpresa,
inimaginable. El sentimiento de pérdida. El saber que no volvería a verla.
¿Habría muerto? ¿Dónde podría estar? ¿Quién hubiera tenido el valor para arrancarla
de su hogar? No podía ser. Simplemente la observo e indiferente tomo el bus y
se fue a cumplir su rutina.
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