El Sol se encontraba en su punto más alto. En la calle la vida transcurría tranquila y apacible. No se escuchaban gritos de niños, ni el rugir de la motocicleta. El viento era el único elemento vigilante que acompañaba a ese cielo azul sin nubes.
Una que otra palabra se escuchaba. Uno que otro pensamiento se apropiaba del espacio, tal vez cerca o tal vez lejos de mí, eso no importa.
Una sombra paso frente a mí ¿una persona cualquiera? quizás sí o quizás no. Se detuvo frente a la rejas que nos separaban de una forma tímida. Tal vez son dos mundos distintos, o tal vez sean dos mundos iguales.
-¿Me puede regalar una camisa? yo también quiero tener una navidad, nos dijo.
-Creo que sí, respondió una voz con tono dudoso.
El silencio abarcó el espacio. Las miradas se desviaron. En sus ojos había tristeza y enojo.
-¿De dónde es usted? pregunté tratando de desentrañar la naturaleza de esa persona.
Pero me miró y respondió con desgana:
-Yo soy de la calle, pa.
De nuevo el silencio apaciguó el ambiente. Pero él retomó el diálogo observando a una pareja caminar.
-A mi me enoja ver a la gente feliz, no me gusta. No entiendo por que son felices.
En ese momento sentí un zumbido de abejas en mi cabeza. Se me olvidó hablar, creo que no escuchaba nada.
-Acá tiene esta camiseta, exclamó una voz que venía de dentro de la casa.
Él la tomó en sus manos y la examinó minuciosamente. Una sonrisa casi inocente se le dibujó en su cara. No dijo una palabra más y se fue caminando observando su nueva adquisición, pero atrás quedó el recuerdo de las palabras y el choque de dos realidades casi semejantes. Quizás fue el encuentro de dos sombras o, quizás todo ocurrió en mi mente trasnochada.
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