Por Adrián Valenciano
S.
Quince
minutos fueron suficientes para entender que para Lagrimitas no era prioridad (aquel 14 de agosto) buscar el más
caro y lujoso regalo para su madre, como sí lo exhibía la multitud. Flores, bolsas
de regalo, carreras, caos. “Señorita” le pregunta si en su nueva vida vive con
su familia… “no no, yo pago la pensión de mis dos hijas, pero familia no pa”.
Quince
minutos fueron suficientes para entender que Lagrimitas aún tiene sus recuerdos
frescos. No hace más de tres semanas ‘vivía’ tres metros bajo tierra donde
“hacía un bochorno hediondo, pa y señorita, con 50 compañeros de cuarto”, donde
“a los violadores los reventamos pa”.
Quince
minutos fueron suficientes para entender que unos simples ‘cables’ en una calle
de Montes de Oca, que para ‘pa’ pueden representar una excelente jugada
estética, para Lagrimitas no simulan más que el tendedero de San Sebastián.
Quince
minutos fueron suficientes para entender que vender chocolates de moca y
vainilla no es un oficio escogido. Es consecuencia de una mancha que no se
borra por 10 años. Es consecuencia de ese proceso de INADAPTACIÓN social al que
sometemos a los que se equivocan, a los que están enfermos, a los que excluimos,
a los que no entendemos, al otro.
Quince
minutos fueron suficientes para entender que hay dos maneras muy distintas de
vivir veinticuatro años. Una llena de privilegios, lujos y oportunidades; otra
marginada, olvidada y reprimida.
Quince
minutos fueron suficientes para entender que un billete marcado, negociado en
el Parque Central, giró el rumbo de una vida, una persona, un hermano, un
ángel.
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